miércoles, 7 de julio de 2010

Roland Barthes: Escritores, intelectuales, profesores

Roland Barthes: Escritores, intelectuales, profesores

Manuel Velázquez
Julio 2010

Con el presente ensayo inicio una serie de reseñas y comentarios sobre libros que tocan diferentes asuntos, generalmente relacionados con las artes visuales, la intención es motivar al lector a un análisis crítico de los mismos. En esta ocasión analizo el texto de Roland Barthes “Escritores, Intelectuales, profesores” publicado en su libro Lo Obvio y lo obtuso. Imágenes, gestos, voces,editado por Paidós Comunicación, en 1986.
Roland Barthes (Francia, 1915-1980) fue uno de los escritores y semiólogos franceses más relevantes del siglo XX. Es autor de diversos estudios sobre semiótica estructuralista y crítica literaria, también realizo libros sobre fotografía, música, arte y cine. Entre estas obras destacan: La cámara lúcida, El susurro del lenguaje, La aventura semiológica, La Torre Eiffel, Textos sobre la imagen y Variaciones sobre la lectura todos editados por Paidós.
El ensayo Escritores, Intelectuales, profesores de Barthes es un texto que analiza la relación entre estas tres figuras. El autor afirma que existe una relación fundamental entre la enseñanza y la palabra, para él, toda enseñanza ha surgido a partir de la retórica. De acuerdo a Barthes, el profesor se inclina hacia la palabra, mientras por otro lado, el escritor es todo operador del lenguaje escrito y, en medio está el intelectual que utiliza y publica su palabra. Para Barthes, la palabra es irreversible, no se puede corregir sin decir que se va a corregir. Paradójicamente la palabra es efímera, es en el balbuceo donde encuentra su correctivo y perfectivo. Sólo podemos hacernos entender si al hablar imprimimos cierta velocidad, cierto ritmo. Lo que equivale a decir que el lenguaje es una naturaleza que se desliza enteramente a través de la palabra.
De acuerdo a Barthes, para el profesor es importante ser consciente del uso de la palabra, pues esta le impone el papel de autoridad, por tal motivo se le exige claridad cuando habla. La autoridad del profesor se produce no en lo que dice, sino en el hecho de que hable. Hablar es ejercer una voluntad de poder. Sin embargo, existen hoy diferentes razonamientos sobre esto: una crisis política de la enseñanza, un cuestionamiento sobre la palabra vacía (por parte del psicoanálisis lacaniano) y una oposición entre palabra y escritura.
                  Barthes afirma, que entre el profesor y el alumno existe un contrato imaginario, en el cual el profesor exige al estudiante que le acepte en cualquiera de sus roles (autoridad, benevolencia, protesta, saber…); que lleve más lejos sus ideas, que lo amplíe; que se deje seducir y que le permita cumplir con el contrato que él tiene con la sociedad. Por otro lado el estudiante pide al profesor que le conduzca a una integración profesional; que cumpla con el papel de educador (autoridad, transmisión de saber…); que le transmita los secretos de una técnica; que sea un gurú; que sea portavoz de una causa; que le admita en complicidad; que les garantice una tesis y que firme matrículas, certificados, etc. Ante esta idea del profesor como autoridad, Barthes plantea su contraparte, el estudiante tiene la posibilidad de psicoanalizar al profesor. Así, la enseñanza está basada en un sistema que exige correcciones, traslaciones, aperturas y negaciones; de esta manera se evita la inmovilidad y se entra en la cadena de los discursos; en el progreso de la discursividad.
                  En este texto, Barthes, también se pregunta ¿Qué es la investigación? Y afirma que la investigación es en sí misma la escritura, busque lo que busque, su naturaleza es el lenguaje y esto hace inevitable la escritura, como un elemento crítico, progresivo, insatisfecho y productor. El papel histórico de la investigación es enseñar. Sin embargo muchos investigadores se quedan atrapados en el método. Para Barthes, hay quien usa el método con glotonería, con exigencia, para éstos el método se convierte en ley, por lo que están condenados a la frustración, al imponerse solamente un meta-lenguaje: todo se queda en el método; a la escritura no le queda nada. La investigación debe desenmascarar las implicaciones de su procedimiento, las coartadas de su lenguaje y debe constituir una crítica. La escritura es un espacio de dispersión del deseo, donde la ley ha sido eliminada, por lo que en cierto momento hay que volverse contra el método, tratarlo sin privilegios. Es el texto (la escritura), el verdadero resultado de la investigación.
                  Finalmente, Barthes nos dice que no hay que olvidar que la violencia está siempre en el lenguaje, y por lo mismo hay que poner entre paréntesis los signos que le pertenecen y conseguir una economía del lenguaje, para que la palabra no quede asimilada en el código de la violencia. Les recomiendo la lectura de “Escritores, Intelectuales, profesores no se arrepentirán.