jueves, 10 de marzo de 2011

Crecimiento orgánico. Cerámica de Elsa Naveda



El espacio en que vivimos, al que somos atraídos, el exterior de nosotros mismos, es en sí un espacio heterogéneo. No vivimos en un vacío en cuyo interior puedan disponerse individuos y cosas, vivimos en el interior de un conjunto de relaciones que definen emplazamientos irreductibles entre sí. Para Foucault algunos de estos emplazamientos poseen la curiosa propiedad de estar en relación con lo “ideal”, pero de una forma tal que suspenden, neutralizan o invierten el conjunto de relaciones que ellos mismos designan, reflejan o refractan. Estos espacios que, de alguna manera, están ligados con la “utopía” contradicen su definición. Las utopías son emplazamientos sin lugar real. Es la sociedad misma perfeccionada o su inverso, son espacios fundamental y esencialmente irreales. A estos emplazamientos, por oposición a las utopías, Foucault los nombra heterotopías.
Las heterotopías son lugares reales, especie de contra-emplazamientos, de utopías efectivamente realizadas. Lugares que están fuera de todos los lugares, aunque sin embargo efectivamente localizables.  
La heterotopía es el poder de yuxtaponer en un solo lugar real, varios espacios, varios emplazamientos, que son ellos mismos incompatibles entre sí. Es así que Elsa Naveda hace suceder sobre el rectángulo de la galería Fernando Vilchis del Instituto de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana, una heterotopía; una serie de formas y lugares extraños.
Su obra Crecimiento orgánico se compone por veintiún esculturas y once piezas en pequeño formato a manera de maquetas. Estas esculturas están inspiradas en semillas o plantas xerófitas, la mayoría son piezas de gran tamaño realizadas en gres con chamota y otras en pequeño formato en porcelana. El montaje de sus obras en la galería genera un extraño jardín que puede jugar a ser fantasía pura o convertir fragmentos de la realidad en nuevos imaginarios. Esta instalación escultórica es una suerte de jardín del edén modelado en barro, donde la imagen pasa de ser una representación de la realidad a ser su propio simulacro. El jardín es desde la antigüedad, una especie de heterotopía feliz y universalizante.
En la obra de Naveda esa intención de reactivar el valor simbólico del jardín no es una simple mirada curiosa al entorno, es la posibilidad de volver a pensar utopías. No en la utopía como un final perfecto y congelado sino en la utopía como un flujo; como un proceso intermitente con un sentido preciso. Naveda vuelve a lo esencial en sus esculturas, pero también a lo orgánico, en una combinación entre naturaleza e invención. Su obra desde la simplicidad de las formas, transmite un reencuentro con el entorno, al tiempo que queda contenida en una dimensión abstracta, estructural y formal. Sus piezas son jardines-escena, y por tanto de dimensiones limitadas.
El montaje supone un sistema de apertura y clausura, que a su vez aísla y hace penetrables las obras. Por otro lado, parece la construcción de un lugar propio, lugar vinculado a la construcción del propio “yo” y de la identidad, por lo que la lectura de la obra requiere una cierta pendulación entre la propia historia individual y colectiva, y la posibilidad de yuxtaponer de una manera diferente los lugares ya conocidos e inventados. El goce con las ilimitadas ambivalencias semánticas y morfológicas de las esculturas-objetos-plantas realizadas en barro por Naveda, al tiempo que las conectan con la imaginera local, le permiten ampliar los resortes comunicativos con el público. Ese peculiar “trato” con las obras se asocia con las estrategias vinculadas a una expresión estética de gran representatividad en Xalapa: el empleo de “lo objetual”. Los recursos plásticos y los criterios de montaje están puestos en función de resaltar el objeto artístico como tal. La obra en pequeño formato aporta una mirada intimista que se identifica con esa enfática intención.
Así Naveda con su prolífera producción en cerámica, reedita en el proceso de manipulación del material escultórico los jardines utópicos que traducen la pertinencia de una preocupación justa ante la devastación irreversible de la naturaleza. En el texto de sala realizado por la ceramista catalana María Bofill se describe que las obras de Naveda tienen una fuerza que renueva la práctica del oficio cerámico, tanto en la parte técnica como conceptual, y su inquietud pone de manifiesto su pasión por la cerámica desde sus primeros contactos con el barro. Las esculturas de gran formato se realizaron en el taller de Naveda, mientras que las piezas de porcelana fueron hechas en los talleres del Centro Internacional Guldagergaard en Dinamarca.
Manuel Velázquez
Marzo de 2011, Xalapa, Veracruz