jueves, 16 de junio de 2011

Trazos de paisajes en la obra de Roberto Rodríguez



Trazos de paisajes en la obra de Roberto Rodríguez

El paisaje en la obra de Roberto Rodríguez (Misantla, Veracruz, México, 1959) hace parte de la experiencia de la memoria: la reflexión sobre los lugares experimentados, íntimos, tiene la capacidad de rebasar sus referentes físicos y permitir que la escultura se convierta en paisajes. Sin reproducir la naturaleza sus piezas encierran la emoción que ésta produce, y son expresión y reflexión de su memoria. Su obra activa huellas: rastros, índices, indicios de dimensiones no evidentes, pero intensamente significativas. El paisaje en su escultura se concibe como sugerencia del inevitable tránsito de las cosas; cambio, metamorfosis, desaparición. Este registro es visible por los materiales que utiliza y por el tratamiento de las superficies, donde se sitúa un campo de resonancias: la relación entre el material y lo aportado por el artista. La propuesta de Roberto es presentar formas relacionadas a elementos terrestres: montañas, árboles, plantas y semillas en un juego entre abstracción, formas vegetales y terrestres.  
Para Roberto, el lugar de exposición aparece no como un espacio ideal, sino sometido a su manipulación; no lo concibe como una condición neutra e indiferente, sino como una de las principales experiencias de su obra, que requiere para ser apreciada del movimiento físico y de la duración temporal. En esta muestra, Roberto contrapone las formas orgánicas de sus esculturas a las geométricas dadas por el espacio arquitectónico. Estos elementos, permiten explicar las relaciones entre paisajes y memoria; un tejido en el que se entrecruza de modo flexible y diverso el tiempo y el espacio.
Desde 1992, los cambios que se dieron en el trabajo escultórico de Roberto, significaron la ruptura total del bloque cerrado y la apertura del mismo hacia el exterior. Al eliminar la base o pedestal y acercar la escultura al suelo, dio paso a un ámbito que abarca el espacio del tránsito, de la circulación, la escultura pasó de ser contenida a ser continente y se acercó a la arquitectura para participar en ella. La incorporación del espectador en su obra, en esta muestra se establece de manera explícita, a través del recorrido que debemos realizar para su apreciación. La dimensión espacial determina un itinerario y estipula un tiempo deambulatorio. El espacio se experimenta en tiempo real: el cuerpo se mueve, los ojos están en constante oscilación variando sus distancias focales y fijando las imágenes.
El montaje en este espacio, supone un sistema de apertura y clausura, que a su vez aísla y hace penetrables las obras; es ahí donde se desencadena la implicación del espectador a partir de su inmersión corporal y perceptiva, en la que no sólo opera lo visual, sino el espacio, el transito y el tacto, que desempeña en sus trabajos un papel tan importante como las formas que los vinculan a la vista. La relación entre mirar y tocar explica por qué sus piezas se encuentran en tensión y ruta entre lo pictórico y lo escultórico, y entre arquitectura y escultura. Estas ambivalencias semánticas y morfológicas, le permiten ampliar los resortes comunicativos con el público. Los sentidos despiertan asociaciones y recuerdos, en el que la memoria del espectador se funde con la del artista y a través de ello con la historia de la cultura compartida. Los recursos plásticos y los criterios de montaje están puestos en función de resaltar la relación de la escultura con el espacio expositivo. De esta manera, el paisaje se hace presente en la escultura en la instalación de la obra.
La obra de Roberto rompe los límites de la escultura tradicional. No pertenecen ni a "la pintura", ni a "la escultura". Pero se nutre de ambas, además de su memoria, en un proceso plástico de organización escénica del espacio. El resultado es un registro "envolvente", donde el espacio arquitectónico de la galería es parte activa.
Los materiales orgánicos e inorgánicos, lo visual y lo táctil, el espacio y el tiempo, la escultura y la cerámica, se articulan y confrontan, mediante una visión que, lo mismo que la memoria, selectiva y accidental rescata partes y motivos, y los mezcla en un registro abierto y expansivo. Lo que a primera vista puede parecer accidental, está en realidad revestido de una fuerte determinación expresiva, con lo que se alude a un intenso registro polisémico, tanto de los materiales como de sus posibilidades de interpretación. Las esculturas aquí presentadas suponen el resultado de un encuentro entre artista, memoria y paisajes, que permiten a Roberto, asumir lo múltiple, presentando propuestas artísticas que exigen rituales y símbolos propios.      
En la obra Espigas (presente en esta exposición), Roberto lleva al límite el carácter estético de la madera, la cual constituye uno de los núcleos de desarrollo de su obra, no sólo como material en sí mismo, sino a través de sus transformaciones visuales y táctiles. La madera tiene el atractivo de ser una materia viva. Es dura y resistente pero cálida a la vista y al tacto. Estas peculiaridades inciden en el trabajo escultórico de Roberto. El resultado final está relacionado con el método de trabajo y la herramienta que utiliza (algunas veces construidas por él). Por ello, muestra la madera combinada con una monocromía que refuerza sus características texturales.
En Espigas, el color es añadido, la madera esta trabajada de tal forma que transmite una sensación de fragilidad. Otra cualidad de Espigas es el espacio como recipiente, éste se extiende entre sus esculturas, las contiene, y es el requisito previo para poder acceder a ellas. En sus montajes e instalaciones el artista busca que el público recorra el espacio entre las piezas, ya que para la apreciación de las mismas es importante la cercanía del sujeto y su concentración. Para Rodríguez: el espacio preexiste en su obra, es a priori, es la condición que se requiere para su conocimiento, ya que si su obra existe en el espacio, este es condición esencial. En Espigas la mayoría de los elementos son literales. El espacio existe, el material se muestra como es; la escultura se caracteriza por su naturaleza física, y de proporciones cercanas a la escala humana.
En Montañas (también presente en esta exposición), Rodríguez evoca una suerte de paisaje inspirado en el entorno geográfico de su infancia. En esta obra, el artista trabaja con materiales que dan apariencia textural, al mismo tiempo que utiliza la acuarela para crear un juego muy sutil con los efectos de transparencia. Este conjunto de piezas, configuran un interesante repertorio de imágenes que combinan lo pictórico con lo escultórico, están pintadas con trazos espontáneos y con colores de una peculiar paleta, donde los tonos se combinan y se mezclan, y su apariencia depende básicamente de cómo incida la luz en ellos. Aquí, su obra se hace más sintética; casas, surcos, senderos, caminos y montañas acaban condensados en trazos, líneas, tramas y signos. En esta escultura todas las piezas están unidas en un todo único; ninguna de ellas puede aislarse. La luz uniforme y difuminada de la galería ayuda a que la multiplicidad de unidades independientes pueda equilibrarse entre sí.
Montañas, supone un relevo entre el taller, donde las esculturas se producen, y la exposición, donde se hacen efectivas para otros: las esculturas son la memoria, y su instalación en la galería es el paisaje. Es en este conjunto de aproximaciones donde Roberto, se ha liberado de los esquemas que mantenían aislada a su escultura en el pedestal, en un espacio privativo donde el espectador no podía transitar; para invadir el ámbito expositivo, conquistando el terreno donde el publico se mueve; enfatizando el espacio mediante su presentación; una superficie que se construye en la medida que se le recorre. Su obra, lejos de presentarse como un fenómeno cerrado, se abre, impregnándose de recursos más propios del acontecimiento y de la escena, lo que le confiere una dimensión significativa, adaptándose a las circunstancias del entorno arquitectónico. Una obra, que se gesta a través de la exploración activa; al mismo tiempo se ofrece a la mirada, al tacto y al transito, estrechamente relacionada con el movimiento del cuerpo del espectador, quien tiene que caminar, agacharse, alejarse, acercarse para la apreciación de la pieza.
Para Rodríguez el despliegue multidireccional de su escultura, al integrar al espectador y al recorrido en parte de la misma obra, refuerza la idea de "mixtura" no siempre previsible y armónica, que es el resultado de la mezcla de viejas y nuevas prácticas artísticas. Esta idea de mixtura, ayuda a crear una autoconciencia donde nociones como lugar, espacio, tiempo e identidad se convierten en un modo de reinventar la escultura. Su propuesta es un medio de acción directa sobre nuestro sistema nervioso. Creador y publico son participantes de un juego estético que alude y reivindica el trasfondo ritual del arte. El contraste naturaleza/cultura que aparece recurrentemente en sus piezas no se presenta nunca como "totalidad" expresiva, sino como entidades superpuestas. En las obras expuestas aquí, Roberto no sólo reflexiona sobre el paisaje, sino sobre su propio pasado cultural, histórico y social.
Para Roberto la escultura posee la capacidad para transformar en imágenes y conservar en imágenes los lugares y las cosas que se nos escapan en el tiempo, imágenes que almacenamos en la memoria y que activamos por medio del recuerdo. La respuesta del público ante esto, está acompañada de ciertos elementos que la obra desencadena, entre otros, la relación tiempo-espacio. El tiempo, bajo la forma de recuerdo, de memoria y de nostalgia, una paradoja que introduce de manera simultánea un pasado remoto y un presente. Pero, no en un criterio perceptual solamente, sino por la experiencia que se vuelca en la escultura vinculándola con la memoria. En sus esculturas los lugares ocupan a manera de imágenes nuestra memoria, como un lugar en sentido transpuesto. Entonces, el paisaje aparece bajo el régimen de la memoria y de la imaginación. Recuerdo, evocación, nostalgia e imagen son los elementos constitutivos de su escultura. En ese sentido, el paisaje para Roberto no es una entidad física, es más bien un conjunto de experiencias vividas y no vividas, es una serie de significados anclados en ellas y en la memoria, así como en el olvido de las mismas. El paisaje se muestra en su escultura, como una entidad absolutamente misteriosa en tanto que no es sólo presente, sino también, huella, imaginación y promesa. Es en este sentido que Roberto se expresa en su escultura no sólo en torno a los paisajes, sino al sentido y el destino de sus vínculos con estos.

Manuel Velázquez
Xalapa, Veracruz 2011