El perfecto director de museo
Siete expertos analizan cómo debería elegirse al responsable de un centro público
El gran problema de nuestros museos y centros de arte de titularidad pública es, sigue siendo, la elección de director. Cómo dar con la persona adecuada, alguien con personalidad pero que no imponga sus gustos, que sepa de arte y que organice las partidas presupuestarias. Un gestor independiente y profesional, pero, sobre todo, al margen de los avatares políticos, que no se vea obligado a dejar su puesto con un programa a medias, y cuyos proyectos no se pierdan en el baúl de la burocracia. Que no sea, en ningún caso, un funcionario del poder. La respuesta no es sencilla. Por eso El Cultural ha invitado a reflexionar a los que realmente saben, a los expertos que, cada día, desde la Universidad, la crítica y el comisariado de exposiciones, se enfrentan a los museos y a sus directores. Los catedráticos Juan Antonio Ramírez, Delfín Rodríguez, Valeriano Bozal y José Jiménez así como los expertos María de Corral, Kevin Power y Rosa Olivares debaten en estas páginas los ejes principales para que la libertad, la independencia y el buen hacer guíen el trabajo de nuestros directores. Se busca al perfecto director de museo.
Un espíritu sensible y audaz
Los museos, y muy especialmente los de arte contemporáneo, no son ya aquellos templos venerables donde se guardaban tesoros creativos inmarcesibles. Son, más bien, fábricas de arte, instituciones arriesgadas que detectan e impulsan cosas impensadas. Elaboran criterios interviniendo de modo activo en el proceso creador. En vez de limitarse a conservar lo que el tiempo ha reconocido como valioso, actúan como verdaderos mecenas, encargando exposiciones (obras, acciones, instalaciones, etc.) y sustituyendo así a entidades promotoras tradicionales como la Iglesia, el Estado o los coleccionistas particulares. Estos nuevos museos no necesitan tener al frente a probos funcionarios de comportamientos previsibles sino a espíritus sensibles y audaces, capaces de detectar con agudeza las tendencias y de distinguir en la vorágine de la creación contemporánea qué es lo más relevante. Pero es imposible no adocenarse, al cabo de cierto tiempo, o no quemarse de alguna manera en un universo tan dinámico como es éste del arte a principios del siglo XXI, y por ello me parece que los responsables de estas instituciones no deberían eternizarse en sus cargos.
El problema por lo tanto no está en la conveniencia de esa renovación periódica (que yo personalmente no discutiría) sino en determinar quién decide los cambios y con qué criterios. Parece lógico que esas decisiones no se dejen en manos de políticos sin preparación cultural, pero tampoco está garantizado que instituciones como las academias de bellas artes, o los departamentos universitarios (por poner sólo dos ejemplos con olor a naftalina) sean capaces de orientar adecuadamente en esa tarea. Por ahora no se me ocurre mejor solución que abrir mucho la amplitud de los debates especializados y aupar al poder a los políticos más ilustrados, menos provincianos, y más sensibles a las críticas constructivas. Lo malo, en definitiva, no es la ambición de algunos mandamases sino su estrechez de miras. Así que, ciudadanos, un paso más para conquistar la verdadera democracia. Votemos a los mejores, de acuerdo, pero hagamos valer además nuestro derecho a disfrutar de una política cultural avanzada y de calidad. JUAN ANTONIO RAMíREZ
Todo da igual
Pues la verdad es que, a estas alturas y desde hace muchos años, da igual el perfil, características o atribuciones y funciones de un director de museo. Siendo todos magníficos y estupendos, con trayectorias académicas o de gestión contrastadas y reconocidas, en realidad sus nombramientos y permanencia en el cargo son arbitrarios. Es decir, dependen de lo decidido por otros, los que sean. Y así debe ser. Además, no hay mayor aburrimiento que presenciar durante años y años el mismo rostro en un cargo. En todo caso, se me ocurre que sus nombramientos deberían estar sujetos a períodos legislativos. No pueden estar por encima de las consultas democráticas, de las elecciones, como perforando la vida y la sociedad. Esto da agilidad, permite los cambios, nos entretiene a todos. Es más, esto constituye una especie de liberación previa para el nombrado: saber que se puede y se debe ir en cualquier momento. Por otra parte, este tipo de discusiones, continúa idéntica a lo que ocurriera en los orígenes mismos de la fundación de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, hace doscientos cincuenta años, con enfrentamientos y peleas sobre la dirección de las artes y la arquitectura en la institución, incluso sobre el lugar de asiento protocolario de cada cual, nobles, aristócratas, altos funcionarios del Estado y artistas. Los primeros sabían de su responsabilidad, de Carvajal y Lancaster al Conde de Aranda, sabían que se trataba de una institución de las artes al servicio del Estado, un instrumento político, que no podían dejar sólo en manos de artistas o eruditos. Estos últimos consideraban que su papel era insustituible y prioritario, ya que ellos dominaban las disciplinas del arte. ¿Quién se acuerda de los directores-artistas de la Academia? Pues, eso. Mucho cambio, agilidad, traslados, etc. El secreto y su alta función pertenece a otros y estos al poder democrático. Lo que decía al principio: da igual. DELFíN RODRíGUEZ
Un concurso público y abierto
Tengo muy claro tanto lo que no se debe hacer, como lo que se debe hacer. Lo primero por las experiencias de mi propio país y lo segundo por lo que llevo viendo y viviendo durante más de veinticinco años en el extranjero, en los países con una trayectoria verdaderamente democrática en las instituciones.
A los directores no se les debe nombrar nunca por afinidad política o de género, simpatías personales o conveniencia coyuntural.
Los nombramientos deben surgir como resultado de un concurso público, abierto a los profesionales y anunciado en la Prensa. Los candidatos deben decidir por sí mismos si se presentan al concurso, no ser invitados o “animados”. El tribunal debe de estar formado por profesionales independientes de las diferentes especialidades que abarque el museo o institución, así como por algún técnico especialista de la Administración que promueve el concurso y, si el museo es de Arte Contemporáneo, no estaría mal contar con la presencia de algún artista de reconocido prestigio y un representante de la Asociación de Artistas como “observador”.
En las diferentes fases del concurso se debe tener en cuenta el currículum y la experiencia en gestión artística y económica. Uno de los puntos del concurso debe ser la presentación para el museo o institución de un proyecto a corto, medio y largo plazo y dicho proyecto debe ser defendido ante el tribunal como si de una tesis doctoral se tratara. Un factor fundamental hoy en día son los idiomas y debe ser objeto de examen por parte del tribunal. El inglés perfectamente hablado es imprescindible, ya que actualmente es la lengua oficial de todas las reuniones de museos. La interrelación entre directores de museos en estos momentos es tan necesaria que debe existir una gran capacidad de relación y de negociar préstamos, seguros, transportes, intercambios y una fluida y directa comunicación entre responsables.
La contratación, después del concurso, debe ajustarse a modelos empresariales actualizados, y con un plazo (con posibilidad de renovación) que debe oscilar entre los cuatro años de Francia y los siete del Reino Unido, para permitir una continuidad en el desarrollo del proyecto.
La “desaparición” del director debe estar justificada por crasos errores en la gestión, incumplimiento del proyecto o problemas de salud, nunca por caprichos personales del responsable político de turno.
Pero en mi opinión, no sólo se debe cambiar la forma de seleccionar al director sino también la de los curadores y jefes de departamento, fundamentales para que cualquier director pueda llevar a cabo su proyecto.
Llamo la atención sobre una figura que se está extendiendo, sobre todo en Norteamérica, y es el director que tiene que dedicar una gran parte de su tiempo a la labor de captación de patrocinios, donaciones y fondos. Mis frecuentes ofertas de los excelentes “cazatalentos” americanos han tenido en estos años una componente importante de promoción de los crecimientos económicos de la institución a dirigir. Esto sólo se puede aceptar en Museos con una fuerte estructura de conservadores muy profesionales que apoyen al director. MARíA DE CORRAL
Cómo alejarnos del localismo dejando la política fuera
En mi opinión, y he escrito sobre ello en innumerables ocasiones, uno de los motivos principales del “localismo” de nuestro arte contemporáneo, así como de la debilidad de las estructuras en las que se sustenta, es la fuerte dependencia política de nuestros museos e instituciones artísticas. Esa dependencia hace que en la elección de los responsables de esos centros predomine, sobre todo, la fidelidad política de los elegidos, más allá de su adecuación al cargo. Y, en sentido inverso, esa dependencia hace que los museos e instituciones se burocraticen, que intenten ser gratos al poder, en lugar de servir como vías de conocimiento y disfrute públicos y, sobre todo, como plataformas de consciencia crítica, algo que siempre hay que pedirle a las artes.
Pienso, también, que el problema se arrastra desde el inicio de la democracia, y que es común a todos los partidos políticos: populares, socialistas y nacionalistas incurren en prácticas similares en sus diversas esferas de poder e influencia. Es verdad que, en lo que se refiere al arte contemporáneo, esa difícil situación se explica, al menos en parte, por el plazo de vida todavía tan breve de las instituciones que se dedican al mismo.
Pero, desde luego, resulta cada vez más urgente acabar con este estado de cosas, que tan perjudicial resulta para el dinamismo y la vitalidad de nuestra cultura. El punto de partida para una solución al problema pasa, necesariamente, por escuchar y recibir la opinión en primer término de los profesionales del universo artístico contemporáneo: artistas, críticos, galeristas y teóricos, y de las distintas agrupaciones que los representan.
Y a la larga, la única vía realmente coherente sería formar algo así como un Consejo de Cultura de España, con representación de todas las Comunidades Autónomas, integrado por profesionales cualificados del universo artístico en todos sus planos, y con un signo apartidista. Ese Consejo debería ponderar y establecer los requisitos necesarios para desempeñar los puestos de gestión de nuestras instituciones artísticas públicas, e incluso elegir a quienes deben desempeñarlos entre los distintos candidatos. Porque el arte es de todos, y en las instituciones públicas lo pagamos también todos, y no debe nunca convertirse en un espacio de fidelidades políticas. JOSé JIMéNEZ
La presencia internacional
¿Cómo elegir al candidato ideal? Subyace a esta pregunta un problema ético que va mas allá de los bailes ostentosos y relativamente insignificantes del mundo del arte, y que afecta al conjunto del tejido social. No es éste el momento de examinar de nuevo la sensación de nausea frente a la corrupción política o de proponer una crítica del tan viciado y arcaico sistema universitario de oposiciones, pero estos modelos de comportamiento terminan convirtiéndose en las normas de nuestra sociedad, como también lo hacen las indecencias gritonas nocturnas de gran parte de la programación televisiva. Pero, volviendo al asunto que nos ocupa, pocos de nosotros discutiríamos la siguiente afirmación: el director de un gran museo nunca debería ser un nombramiento político y, menos aún, ser él mismo un político.
¿Cuál sería el proceso para elegir a un candidato? Hay dos sistemas obviamente funcionales. En primer lugar, una competición abierta a la que cualquier candidato interesado pueda presentarse; en segundo lugar, un proceso más restrictivo basado en invitaciones directas a candidatos que un comité de selección considerase de interés y que se encuentren en una situación de disponibilidad. Elaborar posteriormente una lista de preseleccionados y llevar a cabo una serie de entrevistas para poder conocer y enjuiciar el proyecto, sus intenciones relacionadas con la programación y la colección, su experiencia administrativa, etcétera.
Para ambos procesos se requiere un comité de selección y, a mi entender, la presencia política debería reducirse al papel de mero oyente. El comité de selección es crucial pero todo el mundo sabe que donde hay ley hay trampa. Se debería evitar nombrar a los pequeños corrillos de siempre. ¿Cómo se podría hacer? Quizá eligiendo, junto al grupo de especialistas, una pequeña minoría representativa de expertos internacionales, un miembro de patronato con conocimientos demostrados de arte contemporáneo, académicos neutrales especializados.
Lo que resulta obvio, insisto, es que nunca debería ser un político, sea cual sea el papel momentáneo que haya tenido, o no, en la cultura, ni, a mi modo de ver, un artista practicante, ni un critico/a que pretenda seguir en activo. Ya hemos vivido la absurda anomalía de tener un director de nuestro museo principal nombrado por el PSOE y mantenido mediante una soldadura milagrosa de intereses por el PP, así como hemos vivido intrigas de palacio, campañas de Prensa y toda una mezcolanza de miserias humanas que poco hacen para aumentar el prestigio del puesto. KEVIN POWER
Lejos del “buscador” de fondos
Los museos no son instrumentos políticos y sus directores no deberían ser funcionarios nombrados y cesados en el Consejo de Ministros. ésta es la situación actual de los grandes museos nacionales, no muy diferente de la que encontramos en las autonomías. Pero por el hecho de ser organismos públicos no tienen que ser instrumentalizados. La democracia se consolida allí donde la Administración sabe retirarse. Financiar un museo no quiere decir intervenir, ya sea a través del director o de su patronato, consejo o comisión rectora. Para terminar con esta situación es preciso cambiar la legislación y aprobar una que, además de primar la profesionalidad, alcance un equilibrio entre órganos personales y colectivos:
1. Los directores serán profesionales contratados por un tiempo no menor de seis años, con un proyecto museográfico claro; no serán gestores ni funcionarios (un museo no es ni un departamento ministerial ni un parque temático).
2. Los órganos colectivos (patronatos, consejos, comisiones) aprobarán, debatirán e impulsarán el proyecto museográfico, y estarán integrados por personas destacadas en el ámbito socio-cultural, pero también en el académico y profesional. Los órganos colectivos no lo son para la representación y el ornato, tampoco para satisfacer las vanidades personales. Intervienen en la dirección del museo y, con la dirección, se responsabilizan de él.
3. La financiación será pública, suficiente para el funcionamiento, ampliación de la colección y actividades. Podrá completarse con financiación privada en cualquiera de estos ámbitos, pero el museo no debe depender nunca de ésta. Ni el director ni los órganos colectivos son “buscadores” de fondos.
Señalado todo esto, dudo que se ponga en práctica. VALERIANO BOZAL
Que la ideología no obture la inteligencia
Siempre se dice que para ser director de un centro de arte es imprescindible ser independiente. ¿Independiente de qué o de quién? Es como pedir la cuadratura del círculo. Es exigir que sea una persona ajena a la realidad, al mundo que vivimos, buscar un habitante de otro planeta. Precisamente todo lo contrario de lo que se necesita para encauzar una gestión cultural en la sociedad actual, para lo que hace falta alguien que esté vivo y al día. También se dice que hace falta que sea un buen gestor, que haga “rentable” la cultura, y ¿por qué no se le pide también que sepa guisar o tocar el piano?
Para buscar, seleccionar y elegir a un director de un museo de arte actual hay que tener en cuenta no estas circunstancias de difícil o imposible conjunción, sino otras más frecuentes y lógicas. Hay que buscar a una persona que esté activa en el sector, alguien que trabaje en el arte actual, en la línea que se quiere dar al museo o centro en cuestión. Hay que alejarse de afinidades políticas obvias, lo que no quiere decir que sea apolítico o daltónico, sino que su ideología no obture ni su inteligencia ni su vista.
Habría que exigir y estudiar que el futuro director tenga un currículum interesante más que abultado. Y, sobre todo, habría que pedir más que títulos académicos, capacidad de gestión y saber hacer el salto del tigre, que los aspirantes presenten un proyecto de trabajo, unos objetivos, una línea de exposiciones y actividades. Porque el que vale para una cosa no vale necesariamente para otra y, sobre todo, aquellos que han demostrado que no valen para una cosa casi seguramente no valen para otra parecida.
Pedir que sea una comisión amplia e imparcial la que elija o asesore a los políticos en estas elecciones es una ingenuidad, porque si el político busca unos intereses determinados, es casi peor el amiguismo de los expertos o los intereses de mercado de las galerías o los artistas.
Realmente, no es una tarea difícil sino prácticamente imposible, porque tal vez el problema no sea la mala elección sino la escasa oferta de candidatos. ROSA OLIVARES
Occidente se divide
Cuando se trata de museos, como en tantas otras cosas, Occidente se divide en dos: el mundo anglosajón y el latino. En el mundo anglo, los grandes museos permanecen al margen de vaivenes políticos (no hay que olvidar que muchos museos en Gran Bretaña y Estados Unidos tienen su origen en iniciativas privadas). ¿Ejemplos? El actual director del Metropolitan, Phillipe de Montebello, ha sobrevivido a cinco presidentes (desde Jimmy Carter a George W. Bush). El director del MoMA, Glenn Lowry, llegó al cargo en 1995, y su antecesor, Richard E. Oldenburg, estuvo en el puesto durante nada menos que 22 años. Lo mismo sucede en Gran Bretaña: Robert Anderson ha estado una década al frente del British Museum y el próximo agosto le relevará Neil MacGregor, que accederá al cargo proveniente de la National Gallery. La Tate Gallery ha tenido desde 1988 el mismo director, Nick Serota, que ha dividido el centro en dos: Tate Britain y Tate Modern, y ha coincidido con los conservadores Thatcher y Major y con el laborista Blair. La dirección de la Modern correrá a cargo de Vicente Todolí desde el año que viene y Stephen Deuchar seguirá al frente de la Britain (es su director desde 1998).
Es en países como Francia e Italia donde la noción de museo estatal cobra un sentido más literal. El director es un funcionario de confianza y nadie espera que permanezca en su puesto si sus protectores se van, o si pierde el favor de los políticos de turno. Michel Laclotte fue director del Louvre desde 1988 hasta 1995 (durante todo el mandato de Mitterand y tan sólo dos años con Chirac), de 1995 a 2000 lo fue Pierre Rosenberg y desde 2001 dirige el museo Henri Loyrette. Mirando a Italia, en los Uffizi, Annamaria Petrioli ha dirigido el centro desde 1987, pero su antecesor duró tan sólo 5 años, del 82 al 87.
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