Umbra
Reflexiones visuales sobre el espacio pictórico
Manuel Velázquez
Martes 14 de septiembre 2010, 20 hrs.
Galería del Hotel Xalapa, Victoria No 163, Col. Centro
Umbra en latín señala al mismo tiempo la sombra y el reflejo. En el caso de esta exposición de Manuel Velázquez, empero, indica momentos, fragmentos, reconstrucciones, alteraciones en el espacio pictórico donde las cosas se distribuyen con mayor o menor estabilidad. Sobre esta base de configuración se construye una especie de vacío de contenido que genera reflexiones sobre la materialidad de la pintura. En esta nueva serie, Velázquez busca explorar aproximaciones que permitan abrir y problematizar la comprensión y significación de los objetos artísticos. Su trabajo refleja desde hace algunos años una preocupación por la consistencia del “sentido del arte” y por las subjetividades de su interpretación.
En sus pinturas se observa una sucesión de metáforas dentro de otras metáforas, busca en el espacio pictórico la construcción de una obra que dialoga entre lo figurativo y lo abstracto; entre lo matérico y lo mínimo; entre la luz y la sombra. Estos cuadros, cuyas imágenes constituyen edificios en ruinas, esculturas o artefactos extraños conforman una suerte de narración gráfica que explica tanto el proceso de la obra como su contexto interno. Sus pinturas descubren recintos sin nombre, lugares ocultos, paisajes solitarios: una búsqueda de los territorios olvidados y enterrados. Su interés parece situarse en los sitios intermedios, en los contenedores o las estructuras misteriosas.
Para Manuel Velázquez, pintar es transformar el espacio del cuadro, interpretarlo, asimilarlo vívidamente y ofrecer nuevas perspectivas del mismo. No es casual que muchas de las piezas de esta exposición revelen un interés por lo visual, para esto, no sólo se ha reapropiado de elementos tradicionales como el dibujo y la pintura, sino que estos elementos inciden en cuadros donde la luz irrumpe convirtiendo la imagen de un vetusto inmueble abandonado en un dialogo entre claros y sombras.
Si se atribuye a John Cage el haber hecho del silencio un elemento primordial y constitutivo de la música, tenemos que decir que Velázquez hace lo mismo respecto del vacío y la pintura: su obra, al forzar la mirada y la interpretación, descubre nuevas relaciones poéticas en la materia pictórica. Rara vez ofrece una visión “objetiva” y general, más bien transmite una sensación fragmentaria e incompleta que emana de su intención de mostrar perspectivas inéditas en la interpretación del espacio pictórico. Estas obras, retratan objetos deteriorados intentado testimoniar un proceso de descomposición irreversible, una mutabilidad vertiginosa, en busca de experiencias estéticas que plantean lecturas abiertas develando lo imperfecto de las cosas. ¿Por qué? porque en palabras del artista esto significaba “abrir un estado de cerramiento” donde se permita al espectador completar la lectura de la obra. Su producción artística es un dispositivo estético que pone en operación significantes donde se traman y se ramifican un sin fin de discursos: el sentido y significado de la obra es producto de la relación del objeto artístico con el receptor.
Velázquez ha abogado por el recurso del silencio, la expresión de la ausencia como fórmula posible para la evocación, pero, ¿cómo mostrar lo que no está, la desaparición misma o el olvido o la negativa de ser? ¿La ausencia? Exponer la negación ¿Cómo? En cierto modo, sus imágenes implican una afirmación de la presencia humana pero de manera velada. Por eso, Velázquez ofrece a la percepción inmediata del espectador una experiencia única, especialmente íntima, ante la que muchas veces éste se sentirá desarmado, empujado a hallar en sí mismo resonancias interiores que le hagan descubrir su propia interpretación. Lo vacío, la ausencia y el silencio conforman en la obra de Velázquez espacios vacantes, sobrecogedores, susceptibles de una recomposición permanente. Cada elemento, de cada cuadro, se encuentra deslocalizado porque desaparece su identidad, su emplazamiento, y se carece de información para poder caracterizarlo. Por otra parte, también hay una ejecución voluntariamente descuidada, rechazando todo virtuosismo o destreza manual que contribuye a transmitir una sensación de provisionalidad. Velazquez ha llevado a su pintura, de ser medio de representación, a ser fin en sí misma, producto configurado.
Velázquez, plantea una visión lúdica y poética del espacio y la materia pictórica, que pasa por un proceso creativo de asimilación de sus elementos: claro y oscuro, pulido y áspero, dibujo y pintura. La intención es situar las potencialidades matéricas y visuales en su centro de gravedad, como representación de su contexto y condiciones de producción. La fisicidad de la pintura es acentuada como resultado de elegir y manipular los materiales. Esto incluye una crítica sobre el complejo arte contemporáneo que contempla la necesidad inalienable de apegarse a un discurso homogéneo y pretendidamente internacional. De esta manera, la obra de Velázquez es una deconstrucción, un descentramiento que deforma lo comprobado.
Rafael Moneo
Ciudad de México, Septiembre 2010
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