sábado, 23 de julio de 2011

Frontera Mónica Hernández



Frontera
Mónica Hernández 
La frontera es generalmente diferente en sus dos partes, vista de allá y de acá. La noción de frontera demanda paradigmas explicativos que consideren la dimensión del encuentro con “el otro”, el establecimiento de distinciones de varios órdenes y la consecuente afirmación de “alteridad”. Coexisten entonces en esta noción, intercambios de conceptos, como un espacio para defender y compartir territorios; zona de confluencia, circulación, reciprocidad o avasallamiento. En nuestro tiempo, el tiempo de un mundo global, no hay límites sino fronteras.
Las múltiples significaciones de la frontera no escapan a las prácticas artísticas. La visión y la conceptualización de la frontera es un asunto que preocupa a muchos creadores contemporáneos. La frontera en el arte ha de entenderse como región de influencia, zona de discusión y encuentro. La internacionalización gradual y creciente del arte contemporáneo –tanto en su dimensión matérica, como en su dimensión simbólica– ha reforzado el progresivo desvanecimiento de los límites otrora nítidos que demarcan, en el campo sensible, sus diversos espacios. La disolución de bordes deconstruye las asociaciones inmediatas y perennes entre territorio, sociedad y cultura, y contradice, por eso, nociones esencialistas de expresión identitaria.
El traspaso del límite entre arte, naturaleza y cultura, es el señalamiento de la ambigüedad que atrapa el núcleo crítico de la propuesta de Mónica Hernández, expuesta en el Jardín de las Esculturas de Xalapa (IVEC) en los meses de julio y agosto. La obra Frontera propone transgredir el límite para recuperar el valor y el significado de la “diferencia” en la construcción de la identidad. Los límites sirven a la vez para proteger, para contener todo desborde, pero también para sujetar en el sentido de atrapar, para "capturar" y limitar. Frontera de Mónica Hernández, sirve a la vez para mostrar su grado de exclusión, para rodear, sitiar, lo que se excluye-incluye: la naturaleza y el arte.
La sutileza de la línea que traza la obra de Mónica Hernández, marca un deseo de identidad que es a su vez, la exaltación de un espacio frágil. Esa fragilidad parece contradecir el peso de lo que invoca; la ausencia de quienes portaron esas ropas. Es en esa tensión, de formas suspendidas sobre la naturaleza que encuadra, que se mantiene sin solución la significación del territorio, del paisaje; la contradicción del espacio que se pierde o se recupera. El cerco no puede con el espacio pero se le interpone en una tensión de formas. Frontera evita el transito, al mismo tiempo en que lo estimula. La instalación de Mónica Hernández invita a un juego donde la identidad, la naturaleza y el arte tienen que volverse a interpretar, pero no verbalmente como una máxima o una cita, sino que ha de surgir una noción integral a partir del movimiento físico que realiza el espectador. Frontera es una pieza contradictoria en sí misma y, en consecuencia, expresión de nuestro tiempo. Entendiendo esto como un proceso de creación que deja la obra abierta a sus significaciones y a la pluralidad de lecturas.
La obra de Mónica Hernández está tocada por el imperio de lo ambiguo. La artista saca partido de esa ambigüedad. Frontera no sólo se instala en un lugar, demarca y habita el territorio, pero requiere de la imaginación del otro para imprimir un significado. Frontera no está sujeta ni a los formatos, ni a los modos, ni a los soportes de las disciplinas artísticas tradicionales, de tal modo que ni siquiera la denominación de “arte povera” o “instalación” sirven del todo para clasificar esta producción que profundiza en distintas sensaciones físicas y visuales, al tiempo que señala de forma lúdica los graves problemas humanos, sociales y políticos de nuestro tiempo.

Manuel Velázquez
Xalapa, Veracruz, julio 2011


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