Paisaje restaurado
Paloma Torres
Paloma
Torres es uno de los principales referentes de la escultura en cerámica en
México, su exposición “Paisaje restaurado”[1]
en la galería Casa Principal, del Instituto Veracruzano de la Cultura, en
el marco del Tercer Coloquio Internacional de Escultura en Cerámica, nos
muestra elementos arquitectónicos resignificados en el barro como material
escultórico, su lectura estética se potencia para resolverse en una estimulante
paradoja afectiva y cultural. De extraordinaria fuerza, la escultura de
Paloma Torres posibilita el encuentro entre el pensamiento y la materia. Muros,
esferas y columnas invaden el espacio físico y la realidad sensible del
espectador, creando estados anímicos que se asocian con la emoción de
contemplar paisajes urbanos; el esqueleto y las vísceras de diferentes
edificaciones. Bajo esta perspectiva, su obra no sólo es un estímulo
fisiológico, sino que es el resultado de un impulso que se despliega en el
tiempo y el espacio que se inscribe en procesos cognitivos, ideológicos y
culturales.
Los
relieves reticulares de Paloma Torres refieren a lugares ficticios, son
construidos a partir de un entramado de imágenes que constituyen la materia de
nuestros propios recuerdos, una serie de construcciones artísticas que colapsan
la univocidad del sentido, hasta hacer de él un dispositivo complejo de discurso. Se
trata de un uso de la arquitectura a partir de la cerámica y de los vínculos
que la artista establece con ella, a partir de significados instalados en la
memoria.
Para
Paloma Torres, no se trata de ver la cerámica solamente como materia y soporte
de sus obras, sino como una entidad afectiva, es decir, ve la cerámica
como un medio en el que se realiza y se concreta una experiencia, un acto o un
vinculo. La cerámica en Paloma Torres aparece siempre bajo estas condiciones,
de otro modo sólo presentaría un conjunto de piezas concretas y singulares pero
carentes de significados. Su escultura en cerámica es significación construida;
invade el espacio en que el público transita, al que somos atraídos fuera de
nosotros mismos, generando en sí un espacio heterogéneo, que permite un
conjunto de relaciones que definen emplazamientos irreductibles entre sí, en
ningún modo imbricados.
El
proceso de utilización del espacio que podemos observar en la obra de Paloma
Torres, se apoya esencialmente en el vínculo de afectos que el
espectador establece con su escultura. Es el vínculo por tanto, lo que hace
patente la existencia de su obra y simultáneamente la presencia de la afección[2].
En “Paisaje restaurado” es el conjunto de vínculos con lo
arquitectónico, lo que hace que la escultura de Paloma Torres adquiera sentido.
La huella de la arquitectura es notoria en cada una de sus obras. El carácter
arquitectónico de sus esculturas se intensifica en el camino que escoge al
lanzarse a la conquista del espacio del espectador. Rectas y curvas disparan la
abstracción y despiertan en cada obra una metáfora de lo cotidiano. Para esta
escultora la arquitectura es su escenario; es el espacio proveedor que le
ofrece un verdadero desafío.
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