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Aram Huerta: carteles de un esteta
Aram Huerta: carteles de un esteta
Por Omar Gasca
Mucho estilo: los carteles en La Tavola, recinto de arquitectura notable; la presencia, la disposición de aquéllos, discreta pero efectiva; la selección, pertinente en número y amable en calidad. Estilo, en el marco de las actividades xalapeñas de la Bienal Internacional de Cartel de México. Estilo.
Stillus era el punzón que se usaba para escribir en las tabletas enceradas y de allí pasó a designar los modos de hacer de escritores, artistas y diseñadores. Luego, por muchas razones históricas y culturales, estilo pasó de ser un conjunto típico de rasgos, signos, cualidades expresivas y modos de hacer propios de alguien, a una suerte de marca o etiqueta fuertemente impregnada de protagonismo e individualismo, caracterizada por la interpretación de la novedad como un valor. Por lo que toca a los diseñadores, éstos empezaron a preocuparse por lograr y mantener un estilo propio, olvidando a veces que el diseño involucra un proceso de abstracción mediante el cual se satisface una necesidad comunicativa que no debe sacrificarse en función de ninguna otra cosa. Pero así, el cartel se tornó en una obra “autoral” (y nostálgica, claro), al canjear sus funciones y sentido merced a los embates de medios contemporáneos más eficaces, con mayor cobertura (internet) y más baratos. De alguna manera, con excepción de los que se diseñan para las salas de cine y algunos pocos más, el diseño de carteles es hoy día una tarea de alcances muy regionales y, de otro lado, materia que involucra a diseñadores y estudiantes del diseño como sus más fieles receptores. El cartel suele verse en una exposición de carteles y no en los ámbitos públicos donde podría, y una vez pudo, anunciarnos algo. El cartel se interpreta como obra y el diseñador a sí mismo como una suerte de artista interesado en la unicidad, la originalidad y el estilo.
No preocuparse por el estilo significa no poner en primer plano el “sello” peculiar, propio y en cierto modo exclusivo que se relaciona con rasgos, gestos, maneras formales y expresivas de hacer, lo que no implica que no lo haya o no pueda haberlo. Es el caso de Aram Huerta y de sus carteles, unos realizados para tintas planas e impresión en serigrafía y otros hechos en selección de color y preparados para offset o plotter.
Los carteles de Aram Huerta son sin duda resultado de un diseñador con muchos recursos conceptuales y técnicos y con una imaginación capaz no sólo de abstraer y sintetizar ideas sino de ajustarse con oportunidad y pertinencia a los presupuestos del encargo. Su involuntario estilo permite reconocer rasgos regionales y universales, los primeros vinculados con influencias de la escuela cubana y mexicana y los segundos con tendencias más bien europeas y norteamericanas. Sí, en algunos de sus trabajos se notan todavía las influencias de Ñiko y López Castro, es decir, lo que llamaríamos sus técnicas o estrategias creativas, pero en la mayoría se advierte una concepción propia y sencilla. Inclusive, allí donde muchos de sus colegas tropiezan –léase los cabezales y la tipografía en general– Huerta atina sin aspavientos, sin alardes, eludiendo soluciones que pretendan ser espectaculares o apantallantes. Fiel a esa gropusiana idea de que la forma sigue a la función, este diseñador no impone, no dicta sus caprichos sino más bien responde a lo que el tema pide, efectivamente decidiendo entre alternativas pero siempre al servicio de informar o comunicar convocando y provocando.
Como Huerta es de los diseñadores que todavía saben dibujar, es notable en su obra la combinación de elementos y procedimientos propios de las tecnologías digitales con trazos y modos de hacer espontáneos, propios de la mano, que confieren a sus productos un toque de frescura, curiosamente sin quebranto de la elegancia que también los distingue, porque hay que decir que Aram Huerta es, sobre todo, un esteta.
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