lunes, 8 de diciembre de 2008

Deconstruyendo en el vacío


Deconstruyendo en el vacío
Notas sobre Soliloquio de Manuel Velázquez
L. Josué Martínez
5 de abril del 2005
Xalapa, Veracruz.

No puedo tratar de ella sin tratar con ella, sin negociar con ella el préstamo que le pido para hablar de ella. No llego a producir un tratado de la metáfora que no haya sido tratado con la metáfora, la cual de pronto parece intratable.
Jacques Derrida


“El tema que ha predominado en mi trabajo es lo sagrado y lo profano(…) En esta única tendencia que impera en mi obra hay matices varios”[1], dijo Manuel Velázquez hace algunos años en una entrevista. Ya el crítico Omar Gasca había escrito en 1995 que “la obra de Manuel Velásquez es una especie de puente entre lo sagrado y lo profano, lo público y lo íntimo, lo particular y lo universal”.[2] La misma Graciela Kartofel ha construido la idea la estética de Manuel como una dicotomía: “La Modernidad y lo Primitivo coinciden en la obra de Manuel Velázquez”[3]. Pareciera que la lucha de contrarios es la esencia de la obra del pintor chiapaneco: la relación entre lo moderno y lo antiguo, lo sagrado y lo profano, lo sexual y asexual. Además de estas conceptualizaciones paradójicas, tanto Omar Gasca como Graciela Kartofel han coincidido en destacar elementos formales, tratamientos de la materia, que guían a Manuel en la creación: lo rudimentario, las diversas yuxtaposiciones, el parentesco con la artesanía, lo ingenuo, el azar y la espontaneidad. Todas estas constantes se presentan, más que como caprichos recurrentes en el autor, como elementos que han construido un discurso plástico sólido. La referencia a lo popular, a lo sagrado, la creación de una mitología propia, el texto que actúa como complemento o trasgresor del significado de la imagen han sido constantes que fortificaron una estructura, un paradigma plástico: el discurso estético de Velázquez que, a fuerza de repetición, descontextualización y resemantisación en vías plásticas variadas, ha logrado formar en nosotros los espectadores un imaginario claro de su obra, obra por demás contundente, directa, ya sea conceptual como formalmente.
Sin embargo, una constante más hace que su obra se vea transgredida en cada nueva serie: la experimentación. Unos elementos se pierden, otros regresan con más fuerza, algunos se dejan velados u ocultos, cada serie renueva y enriquece el lenguaje ya propio de Manuel. La experimentación con otros medios y discursos, como sus trabajos de instalaciones, ambientaciones, fotografías e incluso las mismas artesanías, han nutrido su obra pictórica, estructurando un corpus conceptual y matérico identificable con facilidad.
Y justo cuando creíamos conocer el bestiario de Manuel, da una vuelta de tuerca a la concepción de su trabajo. La dualidad que sus críticos definían como esencia de su trabajo plástico deviene en ausencia. Si alguna vez tuvo insinuaciones neobarrocas, formalmente un abigarramiento de formas, mezcla de colores contrastantes y un mundo de signos en cada pieza, la serie Soliloquio marca una ruptura en su continuo proceso creativo.
Partiendo de una concretización de elementos, hasta volver a la ausencia en el espacio pictórico, la parte fundamental de Soliloquio pretende ser una operación sobre la estructura de los conceptos fundamentales que habían dominado las series anteriores del artista. Dicha operación resulta un ejercicio de deconstrucción, reformulando los significados y los significantes, cambiando algunos de sus trabajos anteriores, haciendo permanecer otros. Si la obra de Manuel ya había adquirido un “lenguaje” propio basado en la contraposición de elementos, principalmente de “lo sagrado y lo profano”; ahora, bajo mi perspectiva, Manuel aniquila dicha contraposición fundiendo los elementos en una reflexión, reflexión de su lenguaje creado. Todo se convierte en ausencia, ausencia de elementos, ausencia de colores, ausencia, incluso, de significado. Bajo mi punto de vista, nos encontraríamos entonces ante la obra más oscura del autor, no tanto en la forma como en el concepto. Si en algún momento Manuel abogó por una obra directa en su significado, contundente en el mensaje del espectador,[4] aún con lo ambiguo de su construcción, Soliloquio oscurece esta transparencia de significado pidiéndole al espectador una lectura más compleja, que se encamine a la búsqueda en la metáfora de los objetos, en la ausencia de ellos, en el silencio, el eterno silencio que acompañan las obras de esta serie. Silencio traducido por medio de amplios espacios de “aire” en la obra. La presencia de los objetos y personajes no abarcan todo el espacio pictórico, sino que plantean ausencias dramáticas.
Mapas conceptuales, planillas de pequeñas frases, una caja vacía, un pie vacío, destino incierto de un hombre que camina hacia sabe Dios qué lugar, grafías que fueron recurrentes alguna vez en la obra de Manuel, pero que ahora se pierden, quedan como huellas débiles en las plantas de los pies (metáfora del desgaste a través del camino andado): mundo caprichoso que ya no tiene mucho que decir, más que la riqueza de la metáfora misma, metáfora que es metáfora de algo más, el significante que apunta al significado que a su vez tiene otro significante, el “juego infinito” de Derrida.
Si bien Soliloquio busca de alguna manera deconstruir los paradigmas conceptuales y plásticos que Manuel construyó por la fuerza del tiempo y la constancia, formalmente se mantiene atado a una tradición, llamada por algunos “estilo particular” que define, al menos formalmente, la obra de este artista plástico. Siguen siendo de su predilección grandes formatos, la madera como soporte, así como la utilización de agresiones y la espontaneidad en el trazo de la imagen, lo “primitivo” que Graciela Kartofel acusa, sigue manteniendo una línea esencial en la obra.
Como espectadores debemos tener cuidado con Soliloquio, ya que parece que no hay “nada más que decir”, “además de esta apariencia, de esta semejanza”, como lo apuntan algunos de sus cuadros. La obra no tiene “nada más que decir”, y en esta ausencia comunicativa se deposita todo un cúmulo de significantes que disparan significados diversos, complejos, laberintos de metáforas que no se pueden apresar más que hablando metafóricamente, más que viendo la obra. Debemos de tener cuidado porque en esta caja blanca vacía, sumergida en un espacio oscuro, neutral, se depositan verdades, ficciones, aflicciones, vacíos como metáforas.
[1] Manuel Velásquez (1999) , entrevista “Dos veces Manuel Velázquez” en Héctor Cortés Mandujano, Fin de siglo, Año 2, Volumen 1, No.7, Diciembre, 1999, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. p.40
[2] Omar Gasca (1995), “De lo sagrado a lo profano: la obra de Manuel Velázquez” en Expresión Plástica: 35 artistas de Veracruz, IVEC,Xalapa. p.66
[3] Graciela Kartofel (2001), “Manuel Velázquez, lo primitivo y lo Contemporáneo en el siglo XXI”, http://velazquez.omargasca.com/gracielakartofel.doc (Consultado el 1 de abril del 2004).

[4] “Utilizo pocos colores, y en especial los primarios, porque me interesa que la obra sea directa y agresiva. Entre menos matices haya en un cuadro menos sutil será el mensaje. Me interesa que el espectador se involucre de manera inmediata con la obra”: Manuel Velázquez, Op.cit..

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