EN EL BROCAL DEL POZO...
RECUENTO DE IMÁGENES DE MANUEL VELÁZQUEZ
Una sesión de trabajo meses atrás en el taller del artista reveló las dos primeras obras... Varios meses después, luego de que corriera mucha agua bajo el puente de la vida, y con la certeza debida a Heráclito de que la misma agua nunca tocará dos veces la misma orilla, Manuel reveló una secuencia de ciudad, mar y tierra pleno de amor, angustias y conocimiento. Contornos de grandes dimensiones expanden a la par que someten al observador, mientras permiten que el artista gesticule como si girara la rueda del mundo al mover cada obra. En un conjunto de silencio y soledad esta dimensión, y la acción de tener que mover las piezas con 'los brazos extendidos', extrema la metáfora religiosa que ha ocupado a Manuel Velázquez siempre de manera devota e incorporada. Como contraste a la dimensión de cada obra, el artista se autorretrata menos que en otras ocasiones y se presenta diminuto, aislado, sólido, modificado, reflexionando, activo, pintado, sólo abocetado linealmente, expectante, gigantesco y generoso. En cada una de estas modalidades está embebido de pintura y amarrado con los hilos del dibujo. Los resultados provienen del desamarre y de la inmersión.
Durante el tiempo en que ha estado realizando estos trabajos, la soledad se ha acentuado en cada una de las miradas... en el brocal del pozo. Entre los términos de un convenio que el artista subscribe consigo mismo está no permitirse concesiones y exigirse creación, revelación y oficio. Lanzarse hacia el interior del pozo es tan enriquecedor como angustiante y no puede ni debe quedar en eso; se debe salir a la superficie hidratado y oxigenarse.
¿En qué brocal se ha sumergido este artista? En uno propio que no se ubica en una geografía identificable ni única sino que mimetiza ciudad y campo. El trazo punteado de caminos es incesante y tan poético como los escritos que atestiguan las heridas de la tierra. El brocal en cuestión es interior, el más importante al que uno debe someterse, como el juez único de
las capacidades. Es así como el artista puede expandir la percepción de sí mismo, buscar sabiduría y prudencia interior, es decir su propio y cambiante conocimiento.
En esta etapa hay un alejamiento de la teatralidad del barroco que expresa cambios en el tratamiento que hace el artista del espacio de las artes visuales. Antes generaba elementos que señalaban y/o habitaban el espectro. Actualmente, genera áreas en las que convoca las relaciones internas. Cada una de las pinturas establece los términos de una instalación creada por él (M.V.) para guiarnos por mares y ciudades, por tierras y vidas devastadas.
Luz y color van dando una impronta, Manuel Velázquez navega por los grises acuosos con la misma maestría con que afronta los abismos de
los colores saturados. Metáfora esta de imágenes que atienden, respectivamente, a los lenguajes de mar y de campo, en alternancia con los lenguajes de las luces urbanas.
La historia del arte tampoco toca dos veces la misma orilla con la misma agua (salvo que uno lo fomente o lo permita). Los límites se expanden y se modifican si hay artistas que se comprometen a asomarse al pozo, y a arriesgar más allá del brocal. La seguridad compromete; el riesgo enriquece y tensa.
Graciela Kartofel
Xalapa - Nueva York 2002/3
RECUENTO DE IMÁGENES DE MANUEL VELÁZQUEZ
Una sesión de trabajo meses atrás en el taller del artista reveló las dos primeras obras... Varios meses después, luego de que corriera mucha agua bajo el puente de la vida, y con la certeza debida a Heráclito de que la misma agua nunca tocará dos veces la misma orilla, Manuel reveló una secuencia de ciudad, mar y tierra pleno de amor, angustias y conocimiento. Contornos de grandes dimensiones expanden a la par que someten al observador, mientras permiten que el artista gesticule como si girara la rueda del mundo al mover cada obra. En un conjunto de silencio y soledad esta dimensión, y la acción de tener que mover las piezas con 'los brazos extendidos', extrema la metáfora religiosa que ha ocupado a Manuel Velázquez siempre de manera devota e incorporada. Como contraste a la dimensión de cada obra, el artista se autorretrata menos que en otras ocasiones y se presenta diminuto, aislado, sólido, modificado, reflexionando, activo, pintado, sólo abocetado linealmente, expectante, gigantesco y generoso. En cada una de estas modalidades está embebido de pintura y amarrado con los hilos del dibujo. Los resultados provienen del desamarre y de la inmersión.
Durante el tiempo en que ha estado realizando estos trabajos, la soledad se ha acentuado en cada una de las miradas... en el brocal del pozo. Entre los términos de un convenio que el artista subscribe consigo mismo está no permitirse concesiones y exigirse creación, revelación y oficio. Lanzarse hacia el interior del pozo es tan enriquecedor como angustiante y no puede ni debe quedar en eso; se debe salir a la superficie hidratado y oxigenarse.
¿En qué brocal se ha sumergido este artista? En uno propio que no se ubica en una geografía identificable ni única sino que mimetiza ciudad y campo. El trazo punteado de caminos es incesante y tan poético como los escritos que atestiguan las heridas de la tierra. El brocal en cuestión es interior, el más importante al que uno debe someterse, como el juez único de
las capacidades. Es así como el artista puede expandir la percepción de sí mismo, buscar sabiduría y prudencia interior, es decir su propio y cambiante conocimiento.
En esta etapa hay un alejamiento de la teatralidad del barroco que expresa cambios en el tratamiento que hace el artista del espacio de las artes visuales. Antes generaba elementos que señalaban y/o habitaban el espectro. Actualmente, genera áreas en las que convoca las relaciones internas. Cada una de las pinturas establece los términos de una instalación creada por él (M.V.) para guiarnos por mares y ciudades, por tierras y vidas devastadas.
Luz y color van dando una impronta, Manuel Velázquez navega por los grises acuosos con la misma maestría con que afronta los abismos de
los colores saturados. Metáfora esta de imágenes que atienden, respectivamente, a los lenguajes de mar y de campo, en alternancia con los lenguajes de las luces urbanas.
La historia del arte tampoco toca dos veces la misma orilla con la misma agua (salvo que uno lo fomente o lo permita). Los límites se expanden y se modifican si hay artistas que se comprometen a asomarse al pozo, y a arriesgar más allá del brocal. La seguridad compromete; el riesgo enriquece y tensa.
Graciela Kartofel
Xalapa - Nueva York 2002/3
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